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Pelayo Sánchez consigue la primera victoria española en el Giro de Italia desde hace cinco años | Ciclismo | Deportes



La etapa, la de los hermosos paisajes de las colinas de Siena, y algunos de sus caminos de greda gris, entre algún solitario ciprés y mucho viento, salió del lago donde cazaba y componía Puccini, en la costa toscana, inspiración de La Bohème, y terminó en las termas de Rapolano, donde una estatua recuerda que el libertador Garibaldi se recuperó allí unos meses de las heridas de la batalla de Aspromonte, y allí se quedaría seguro, en las termas, recuperándose de sus esfuerzos, Pelayo Sánchez, asturiano de Teyego (75 habitantes) con nombre de asturiano irredento, e irredento ciclista que en la cuesta final no fue ni batallador loco ni puro peleón, sino sabio, estratega veterano y frío, tan tranquilo, ni un temblor en sus manos, como si en lugar de los 24 años recién cumplidos, y su bisoñez, fuera un perro viejo, experto y astuto. No ganó una batalla, sino una etapa del Giro, su ópera prima en el WorldTour, derrotando por velocidad y frialdad a uno como Julian Alaphilippe, maestro del que hace nada todo el mundo aprendía, el francés doble campeón del mundo, ciclista en declive, al que negó la redención y el alimento del orgullo que todo el mundo le deseaba.

Tadej Pogacar, que entró con el pelotón a 29s, sigue líder con 46s sobre Geraint Thomas, y saldrá el último el viernes, con la maglia rosa, en la durísima contrarreloj de la Umbria, 41 kilómetros entre Foligno y Perugia.

Era una fuga de tres destilada de una más grande que tardó siglos en formarse, y a toda velocidad. Con Pelayo, recién llegado al gran escenario, primer año en el Movistar tras duro aprendizaje en el Burgos, chico para todos los terrenos, y una sabiduría de ciclista de toda la vida, un trotón salvaje australiano, Luke Plapp, sin cambio de ritmo, y el caído Alaphilippe, un ganador que desde su segundo mundial, en septiembre de 2021, solo ha ganado cuatro carreritas y ha visto cómo le echaban del gran escenario los ciclistas de la generación Van der Poel, y cómo Patrick Lefévère, el jefe de su equipo, le insultaba por no ganar. Y a los dos les enseñó cómo se gana.

Era un día señalado para grandes acciones. El sur de Siena, las tierras de las colinas y las Strade Bianche, el jardín de Pogacar claro, y los expertos en marketing ya habían decidido que el fenomenal esloveno, el ciclista de cuya voluntad, y sus pelos teñidos rebeldes bajo la coraza del casco, parece depender no solo la marcha del Giro sino también las órbitas de los planetas y las modas y colores de la sociedad, no desperdiciaría la jornada para una nueva exhibición que dejara a todos, again, con la boca abierta. Pasados los primeros días de fuegos artificiales, Pogacar, ya transformado en Pantera Rosa (y así lo proclama en su Instagram), rosa su casco, sus gafas, su maglia, su culotte, su bicicleta y rosas también los finos cordones de sus zapatilla blancas, ha entrado plenamente en dinámica Giro: ya no cuenta lo que se gasta, sino lo que se ahorra; después de hoy viene mañana –contrarreloj el viernes, montaña el sábado; una etapa es una etapa, un paso más, no una clásica, el último paso. Con el Ineos de Thomas y el UAE de Pogacar en cabeza del pelotón, más policías que ladrones, más controladores que incitadores a la ruptura, los 12 kilómetros de carreteras de gravilla y arcilla gris, tres tramos de cuatro, y hasta un puerto al 20%, se pasaron al tren en una nube de polvo, riders in the dust. Nadie se quedó atrás. Nadie sufrió más que por el polvo que secaba sus gargantas. El Giro se jugará otros días. Camino de Rapolano Terme solo se jugaban el orgullo unos cuantos, y sus sueños, Pelayo.

“Desde el comienzo del Giro, intenté ahorrar energía. Perdí tiempo todos los días esperando a que llegara mi día señalado, hoy. En la fuga esperé mi momento para moverme y eliminar rivales”, explicó el asturiano feliz. “Cuando me quedé con Plapp y Alaphilippe, intenté colaborar con ellos y también intenté descolgarlos, pero me resultó imposible. Así que lo intenté al final del sprint y por suerte fui el más rápido”. Y el más lúcido, el más fresco.

A un kilómetro de la llegada, el asturiano era el peor colocado de los tres fugados que con un puñado de segundos sobre el pelotón se jugaron la victoria de etapa. Era segundo, detrás de Plapp y con Alaphilippe a rueda. No le gustaba nada su situación y sin dudar, decidido veloz, frenó y se abrió a la derecha, hizo perder ritmo y dudar a Alaphilippe, que no tuvo más remedio que adelantarle, y, ya tercero, dedicó los siguientes 800 metros, una larga cuesta al 6%, a marcar y poner de los nervios al maestro francés. Ni siquiera se aceleró cuando pasado el cartel de 200 metros nadie se movía. Al final arrancó el francés, y solo una décima de segundo después se movió ya, por fin, el asturiano, más fresco, más fuerte, más rápido. Es la 111ª victoria de etapa española en el Giro de Italia, la primera desde hace cinco años, desde que Pello Bilbao, entonces en el Astana se impusiera en L’Aquila y en el Monte Avena, en el Giro que ganó con el maillot del Movistar Richard Carapaz.

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