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Solivella: la Cataluña que no quiere seguir vaciándose | Elecciones en Cataluña 12-M


Existe una Cataluña vacía lo mismo que existe una España vacía. El agujero demográfico se concentra en el interior, como la frontera entre las provincias de Tarragona y Lleida. Es tierra de viñedos, almendros y olivos. De cielos estrellados, ajenos a las perturbaciones de las luces de ciudad. Una constelación de pueblos vertebra un área de secano por cuyas carreteras puede uno circular varios kilómetros sin toparse con otro vehículo. “La Cataluña profunda, vamos”, ironiza Rosa Maria Salvadó, alcaldesa de Solivella, un pueblo de “635 habitantes”, precisa, que en el último siglo ha perdido el 61% de sus moradores y que ahora pugna por salir adelante, aprovechando las oportunidades y sorteando los desafíos que plantea la despoblación del mundo rural.

La comarca tarraconense de la Conca de Barberà, cuyos vinos tienen denominación de origen y una variedad propia (el trepat) es una de las que más sufrió, desde mediados del siglo XX, el abandono del campo. También posee algunos de los topónimos más evocadores de la geografía catalana: Montblanc (su amurallada capital, origen de la leyenda de Sant Jordi), Vallfogona de Riucorb, Llorac, Passanant, Blancafort, Vallclara, Vimbodí… o Solivella. En 1920, este pueblo, a 40 kilómetros al norte de Tarragona capital, alcanzó su cima: 1.600 almas. Pero cuando sus vecinos no pudieron vivir de la agricultura, “buscaron trabajo en la industria textil y automovilística de Barcelona”, cuenta la alcaldesa, ella misma “hija de pagesos”.

Cataluña ha alcanzado los ocho millones de habitantes, pero, como Solivella, la mitad de sus 947 municipios tiene ahora menos población que hace un siglo. Un estudio de la Universidad de Lleida señala que 200 de ellos están en riesgo de desaparecer (la mayoría, en el Pirineo y Prepirineo). El informe agrega que solo la mejora del parque de vivienda —muchos propietarios son reacios a vender o alquilar—, la apuesta por las infraestructuras y el mantenimiento de servicios básicos pueden salvarlos. La Generalitat impulsó hace tres años un programa piloto para rehabilitar casas en desuso en áreas rurales, mientras iniciativas particulares, como Repoblem, conectan oferta y demanda para “volver a llenar de vida núcleos que perdieron vecinos y no los han recuperado”.

La alcaldesa de Solivella, Rosa Maria Salvadó.
La alcaldesa de Solivella, Rosa Maria Salvadó.massimiliano minocri

Los nuevos vecinos

La existencia de Solivella, de la que hay registros desde el siglo XII, no peligra por ahora. Surcada por una carretera que lleva a Andorra, en plena ruta del Císter —cerca del monasterio de Vallbona de les Monges— y con una vida social intensa, afronta los retos de la despoblación de otros enclaves pero desde una posición ventajosa. Poblada en su mayoría por personas mayores y con tiendas de siempre que están a punto de cerrar por la jubilación de sus propietarios, encontró su oportunidad en 2020, cuando la pandemia de coronavirus hizo que algunas personas se replantearan su proyecto vital. “Muchas familias jóvenes que venían solo a veranear han reformado la vieja casa de los padrins [abuelos] y se han instalado aquí”, explica Salvadó.

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Aunque suene paradójico, encontrar vivienda no es fácil en Solivella ni en otros pueblos de la Cataluña interior, plagada de casas vacías que se usan solo para celebraciones de fin de semana o para que los hijos y nietos las ocupen durante las fiestas del pueblo. “Estuvimos mucho tiempo hasta encontrar una casa de alquiler”, cuenta Roser Capdevila, de 26 años, que hace año y medio atrajo a su pueblo a su pareja, Joan Mateo, de 28. “Vivir en comunidad, siendo más consciente de lo que hay a tu alrededor, es una experiencia enriquecedora”, cuenta ella. “Hay que superar la visión romántica de que la gente se va de la ciudad para trabajar en el campo con una mula. Vivir en un pueblo no es incompatible con otros oficios”, afirma él.

Roser y Joan son arquitectos. Necesitan desplazarse a menudo, pero también teletrabajan. Solivella les ofrecía soluciones en ambos casos. Tras la pandemia, se instaló fibra óptica, herramienta fundamental para sumar habitantes. El pueblo, además, está atravesado por la carretera C-14, que en diez minutos en coche los deja en Montblanc y en media hora, en Tarragona. Una ventaja con la que no cuentan otros pueblos de la Cataluña vacía, más enclavados en Lleida y más aislados. “El pan lo compramos aquí, en el forn. El sábado hay mercado de fruta y verdura. Pero para compras grandes bajamos a un hipermercado”, cuenta Joan, que al instalarse tenía miedo de ser visto siempre como “el forastero”. Ese temor se ha disipado. Su incorporación al grupo local de grallers (un instrumento de viento) ha acelerado su completa asimilación.

Roser Capdevila y Joan Mateo, arquitectos que se han trasladado a vivir a Solivella.
Roser Capdevila y Joan Mateo, arquitectos que se han trasladado a vivir a Solivella.massimiliano minocri

Menos servicios para las personas mayores

Solivella tiene guardería y colegio de primaria (servicios básicos si lo que se quiere es atraer familias) y presume de oferta cultural. “La idea es que la gente no tenga que moverse del pueblo para disfrutar la cultura”, dice Salvadó, que recuerda los ciclos de conciertos de verano, que este año traerán a artistas como Judit Neddermann o Triquell. Hay orgullo en este pueblo antiguo construido en piedra. “Aquí se come muy bien, hacemos un buen vino y tenemos uno de los lavaderos más antiguos de Cataluña”, reivindica la edil, consciente de que el talón de Aquiles de ese resurgimiento es la falta de oportunidades para quienes están allí desde hace más tiempo: los ancianos.

“Si algo nos hace falta son más cosas para las personas mayores, que se encuentran a menudo incomunicadas, solo con una línea de autobús por la mañana”. La consulta del médico, que antes ofrecía servicios todos los días, atiende ahora tres mañanas. Las escasas tiendas de comestibles que quedan están a punto de cerrar porque los mayores se jubilan y los hijos no cogen el relevo. “En tres años no habrá ninguna. Los ayuntamientos tendremos que crear cooperativa”, como la vinícola, un cultivo afectado este año por la sequía, lo mismo que ha ocurrido con los olivos y los almendros.

La Asociación de Micropueblos de Cataluña, que lucha por la “repoblación” de las zonas rurales y para facilitar el arraigo de jóvenes y familias en esas áreas, está integrada por 300 municipios de hasta 1.000 habitantes. Ocupan más de la mitad del territorio catalán, pero albergan solo al 3% de su población. Entre ellos está Solivella, cuyos vecinos sabían quién iba a ser su alcaldesa antes de la jornada electoral de las municipales de 2023: se presentó una candidatura única. En las autonómicas, el pueblo y la comarca votan en clave independentista. En los últimos comicios, los de 2021, esas fuerzas sumaron en la Conca de Barberà casi el 77% de los votos, con Junts a la cabeza (31% de sufragios), seguido con el mismo porcentaje por ERC y, más lejos, la CUP (9,8%).

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