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Jonatan Giráldez y Natalia Arroyo, dos amigos enfrentados por la Copa de la Reina | Fútbol | Deportes



Jonatan Giráldez (Vigo, 32 años) y Natalia Arroyo (Esplugues de Llobregat, 38) hablaron hace tan solo unos días. El técnico blaugrana llamó por teléfono a la entrenadora txuri-urdin y charlaron de su pasión compartida, que es el fútbol, pero también de la vida y de dos ciudades con tanto encanto como Barcelona y San Sebastián. Son dos amigos que subieron peldaño a peldaño hasta la élite en una escalada repleta de analogías. Intentaron ser futbolistas profesionales, pero ninguno se pudo dedicar a patear la pelota tanto como hubiera querido. Después coincidieron en la federación catalana, fueron comentaristas en medios de comunicación y a ambos les llegó la oportunidad de hacerse cargo por primera vez de un club profesional hace tan solo unos años. Con un estilo similar, siempre protagonistas con el balón, el preparador vigués tomó las riendas del Barça en julio de 2021, poco más de un año después de que Arroyo se sentase en el banquillo de la Real. Antes de que ambos dejen su puesto al final de este curso —Giráldez se marcha a EE UU a dirigir el Washington Spirit, pero se desconoce el destino de la entrenadora catalana—, este sábado se enfrentan en la final de la Copa de la Reina en La Romareda (19.00, La1) en un choque en el que el Barça tiene el cartel de favoritísimo.

Son dos rivales que se conocen bien. “Somos muy similares. La Real siempre nos ha puesto las cosas difíciles. Normalmente, Natalia hace algo diferente contra nosotras. Pero su esencia, tener el balón con jugadoras arriba que atacan bien, son cosas que no va a perder. Con algo nos sorprenderán”, avisa Patri Guijarro. Como jugadora, Arroyo se formó desde los nueve años en las categorías inferiores del Barcelona, pasó dos temporadas por el filial y dio en 2006 el salto definitivo al Espanyol, por entonces uno de los grandes referentes del fútbol femenino, donde fue una defensora férrea. En un partido de Champions, a su lado en el banquillo estaba Dolors Ribalta, exfutbolista perica y ahora directora del femenino del club blanquiazul. “Era una jugadora potente, fuerte y con carácter. Salía bien con el balón, sin ser tampoco una virtuosa”, recuerda Ribalta. Su personalidad, a pesar de sus 20 años, ya estaba definida. “Era madura, con un discurso muy elaborado y con facilidad para las lenguas. Su habilidad para dialogar la mostraba en su visión de juego”, desarrolla la exjugadora perica, que también destaca la pasión y sentimiento de la entrenadora a pesar de su apariencia dura.

Giráldez, como su amiga, siempre tuvo querencia por el fútbol asociativo. “Como jugador, era el clásico mediapunta con muchísima calidad. Era inteligente, era bajito, no tenía mucho cuerpo y tenía que buscarse espacios”, relata Miguel Ángel Fernández, que fue su entrenador durante cuatro años en el Sárdoma —un equipo de Vigo— cuando el técnico del Barça era un adolescente que ya manifestaba su interés por el deporte y por hacer una carrera ligada a él. “Jugando tenía la vena de entrenador, de pararse a analizar todo para darle respuestas al juego. Tenía algo especial”, relata un miembro de la federación gallega con el que mantiene amistad. A Giráldez no le llegaron las condiciones para ser profesional como futbolista, pero la pasión que comenzó en las gradas de Balaídos lo llevó a cursar Ciencias del Deporte en Pontevedra. Allí conoció a Olaia Rodríguez, su pareja, con la que se mudó a Barcelona con solo 19 años. Acabó la carrera en su nuevo destino y completó su formación con un máster en fútbol mientras compaginaba los estudios con el trabajo para poder subsistir en una de las ciudades más caras de España. “Es de una familia humilde”, explica Fernández. El vigués, que contó a EL PAÍS en abril de 2023 que aterrizó en la capital catalana con solo 800 euros para cubrir a duras penas el primer mes de alquiler, captó donaciones para Cruz Roja y la Asociación Española contra el Cáncer, cocinó postres para locales de Gino’s y Vips, pasó por Decathlon y repuso materiales en Leroy Merlin.

Arroyo abandonó el club blanquiazul en 2008, con una última temporada en el Levante Las Planas, una despedida anticipada como jugadora por las lesiones. Pero durante los últimos años de su etapa futbolística se licenció en Comunicación Audiovisual y compaginó su trabajo como periodista y analista en medios —redactora de deportes en el Diari Ara y colaboradora en retransmisiones en la Cadena SER y Gol Televisión— con su carrera en el equipo técnico de la federación catalana, donde llegó a ser la seleccionadora femenina de la absoluta en 2014. Fue ahí donde se hizo amiga de Giráldez. El vigués, tras terminar el máster con unas prácticas en el Espanyol, comenzó a trabajar como preparador físico para las selecciones autonómicas sub-16 y sub-18 por 200 euros, pero poco a poco fue escalando. Hizo de analista, de profesor y hasta de seleccionador. Gracias a su amistad con Arroyo también entró en el mundo de la comunicación y ejerció de comentarista en Mediapro.

Como periodista, Natalia destacaba por su habilidad para comunicar, pero sobre todo por su capacidad de análisis. Metódica en sus expresiones, cuidadosa con el lenguaje, era una persona que hacía equipo. Se fijaba en las vallas publicitarias de los campos, y relacionaba el mensaje de las marcas con lo que sucedía sobre el césped. En el trato personal se guiaba por sus intuiciones. No era especialmente extrovertida, pero tampoco inaccesible. Más bien tímida, de sentarse en la última fila con la cabeza metida en el teclado. En su primer día en la Ciudad Deportiva del Espanyol como periodista del Ara, entró sin hacer ruido en la rueda de prensa, pero Mauricio Pochettino —había coincidido con ella en el club— la reconoció. “Che, Nati. ¿Qué hacés acá?”, gritó el exjugador a Natalia, inundada por la vergüenza.

Para los clubes no pasó inadvertida. En 2020, la Real la fichó como entrenadora. Los programas en los que colaboraba tuvieron que buscar nuevas analistas. “¿Qué quieres, que sea la nueva Natalia?”, preguntaban algunas ante las ofertas. “No, porque vas a fracasar. No habrá otra Natalia”, contestaba el conductor de una de las retransmisiones que frecuentaba.

En la otra punta de la península, en la ciudad natal de Giráldez, en enero de 2019, el técnico gallego recibió una llamada de Lluís Cortés —con quien había coincidido en la federación catalana— para incorporarse al Barcelona como asistente. “Se fue al club ideal para él”, dice Fernández. Cuando Cortés dejó el banquillo blaugrana en julio de 2021, el equipo decidió que Giráldez tomase los mandos. Desde entonces, ha conquistado tres Ligas, una Copa, tres Supercopas y una Champions. “En las charlas que ha dado en la federación gallega, notas su pasión, su modelo Barça, ese fútbol tan protagonista con el balón y con una presión rápida tras pérdida. Siempre dice: ‘no sé si es el mejor modelo, pero, desde luego, es en el que creo”, explica un miembro del organismo.

Ribalta encontró hace unas semanas una ficha de los inicios de Arroyo en la federación catalana, se la envió e intercambió mensajes con ella sobre su marcha de la Real. Dejará su primer club como entrenadora después de cuatro temporadas en las que clasificó al equipo para la Champions tras un histórico segundo puesto en Liga, además de llevarlo a dos finales: la de este sábado y la de la Supercopa que perdió contra el Barcelona en 2023. “Me llamó el Barça, pero la prioridad era la continuidad, y yo podía ser un giro de guion”, confesó Arroyo en febrero a los micros de la Cadena SER.

Hace también unas semanas, Giráldez se acercó a la ciudad deportiva del Celta, un conjunto que ha cambiado con la llegada de Claudio Giráldez —no son familia a pesar de la coincidencia en el apellido—, un entrenador de la casa de 36 años que entró en el banquillo celeste en marzo después del despido de Rafa Benítez. Claudio y el nuevo cuerpo técnico, tras hacer en el filial unas campañas formidables en las que metieron al equipo en el play off de ascenso a Segunda, han alejado al equipo del descenso con una propuesta futbolística con la que los aficionados han recuperado la ilusión. “Vio un entrenamiento y luego charló durante una hora con el staff, que es gente joven, como él”, explica un empleado del club de Vigo, la ciudad en la que empezó su pasión por el fútbol y cuyas islas —forman parte de un parque natural protegido en el Atlántico— dan nombre a su hijo: Cíes. El pequeño, que cumple un año a finales de mayo, le regaló en el Día del Padre —con la ayuda de su mamá— una pulsera que le trajo suerte en la remontada ante el Chelsea en las semifinales de Champions y que volverá a lucir en la muñeca hoy contra la Real y el próximo sábado ante el Lyon en el cruce definitivo de la mayor competición europea.

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