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Elecciones vascas: instrucciones de uso | Elecciones en el País Vasco 21-A



Con el debate político centrado en la gestión, y no en el eje identitario, el nacionalismo vasco acumuló este domingo 54 de los 75 escaños en el Parlamento. Récord histórico. A pesar de algunos patinazos imperdonables, la izquierda abertzale logra un gran resultado ―también histórico, al cabo estamos en una inauguración permanente de la historia— y alcanza prácticamente uno de cada tres votos con un discurso más centrado en la política social que en las reivindicaciones independentistas. El PNV, en fin, retiene el Gobierno, pero la hegemonía es ya cosa de dos, con Bildu cada vez más y más cerca. Eso sucede precisamente cuando la sociedad vasca huye de los aventurerismos desde el fracaso estrepitoso del Plan Ibarretxe y el final de ETA.

EH Bildu lleva tiempo en un proceso de transición, aún no culminado como se vio con el rechazo de su líder, Pello Otxandiano, a reconocer a ETA como grupo terrorista. A Otxandiano, probablemente, le falta cuajo. Es eso o que la dirección de Bildu sigue mirando de reojo a su militancia y teme que decir las verdades del barquero sobre ETA tenga consecuencias negativas sobre la estabilidad de esa coalición de partidos. Pero la primera lección de las elecciones vascas es un aviso a navegantes para Cataluña: la sanidad, la educación y la gestión pesan más en Euskadi que el debate soberanista. Nadie ha pronunciado en campaña las palabras “referéndum de autodeterminación”; ni siquiera la reforma del Estatuto parece una prioridad. Tras una década de procés y con Salvador Illa al frente de las encuestas, todavía hay que ver si de Cataluña puede decirse lo mismo. Aunque casi todo es más borroso hacia el Mediterráneo: Cataluña y el País Vasco son dos relojes que no dan la misma hora. “Acaso en Cataluña tendría alguien que preocuparse de rellenar el tiempo con una tarea que tal vez no sea del todo superflua: la de gobernar, la de administrar, la de hacer por el pueblo algo más que ofrecerle ocasión y pretexto para estos deslumbrantes espectáculos”, escribió Chaves Nogales hace casi un siglo. (Unos párrafos antes parecía Nostradamus hablando de Puigdemont y Junqueras: “Cataluña tiene una virtud imponderable, la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas”).

La segunda lección procede de las lecturas nacionales del 21-A. Los socialistas suben y son imprescindibles para formar Gobierno; los populares mejoran también los pésimos resultados de 2020 pero siguen condenados a la irrelevancia y son incapaces de barrer a Vox, que mantiene su escaño en Álava (qué baratos son algunos escaños: menos de 6.000 votos en este caso). Pedro Sánchez, en fin, se rehace tras el varapalo en Galicia, encara las catalanas y europeas con otro aire y, sobre todo, de alguna manera apuntala su precaria mayoría parlamentaria: difícilmente el PNV va a oír los cantos de sirena del PP mientas necesite imperiosamente los votos del PSE en casa. Menos aún con Feijóo atado al mástil de Abascal en varios Gobiernos regionales. Eso sí: el bálsamo para Sánchez durará poco. El horizonte catalán es más brumoso, las consecuencias para la gobernabilidad de España se harán más evidentes. No está tan claro que Junts no vaya a tener incentivos para hacer un acercamiento al PP después de las europeas, en función de qué viento sople en ese momento. Puigdemont ya ha sacado a pasear esa opción alguna vez: esa es un arma de negociación. Y todas las armas contienen un presagio.

La última lección es para la izquierda a la izquierda del PSOE. El desastre en Galicia se consuma en el País Vasco. Sumar consigue un escaño pero pierde nada menos que cinco, y Podemos desaparece: ese espacio se deteriora como una muela picada de caries, y las próximas citas electorales tampoco tienen buena pinta. En España las derechas están cambiando: de defensoras del orden y la estabilidad han pasado a abrazar ideas libertarias y casi populistas, en una americanización galopante. En cambio, las izquierdas son terriblemente fieles a sí mismas, con esa querencia por disgregarse y despedazarse y, en medio de esa zozobra, por seguir dando muestras de superioridad moral, como en aquel verso de Auden que habla de dar clases de navegación mientras el barco se hunde.

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