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Mientras Sánchez reflexiona | Opinión



Ahora que Pedro Sánchez ha terminado sus días de reflexión, comienzan los nuestros. Vamos a ello. Frente a la sobredosis de incertidumbre que abrió el presidente entre la gente politizada, me fijé en la reacción de los veinteañeros que me rodean, bastante ajenos al suspense que parecía abatirse sobre el país entero. “¿Lo de Sánchez? Mis amigos y yo tenemos problemas bastante más importantes”, era en general la reacción de los jóvenes cercanos, nada valiosa para el CIS, para este CIS, pero sí como termómetro eficaz. Esos problemas no traen planteamientos esencialmente kantianos, ni hegelianos, ni marxistas, ni siquiera debates de altura como la regeneración democrática o el hostigamiento de Ucrania y Gaza, pero sí más existenciales que el mismísimo Sartre: un piso, un sueldo digno, un proyecto vital. Algo tan simple como eso, negado hoy a la inmensa mayoría de los jóvenes mientras la masificación turística y el enriquecimiento de los inversores aleja a los ciudadanos comunes del sueño de tener casa propia.

Seguimos reflexionando. No al calor de un Comité Federal de un partido, sino de los libros. Uno bueno, de nuevo alejado de grandes debates, uno para entretenerse, para disfrutar sin despegarse de la realidad, como son los buenos libros. Describe Dennis Lehane en Golpe de gracia (Salamandra) una de esas guerras mezquinas entre pobres de solemnidad: los irlandeses contra los negros. Estamos en Boston y la protagonista reflexiona (sí, también reflexiona, en su caso sobre su puñetera mala suerte): “Nos tienen peleándonos como perros por las sobras de la mesa para que no les pillemos a ellos dándose el festín.” Aquello era en la América de los setenta, tan lejos del mundo europeo actual en que el Estado de bienestar debería brindarnos ciertas oportunidades de igualdad. Pero nada de eso es cierto ya. La única igualdad de oportunidades que está garantizada se da en el interior de las familias, donde las herencias permitirán ser propietarios a los hijos de padres propietarios. Cuando toque.

Vivienda, sueldos dignos y el sueño de un proyecto vital deberían ser las prioridades de cualquier reflexión de altura. Y la pregunta que hoy debería obsesionar a cualquier responsable es: ¿Para qué sirve un gobierno, nacional o autonómico, si no puede solucionar esto? Pero esta obsesión no se vislumbra en el horizonte. Lo único bueno del parón de Sánchez para reflexionar es que raramente lo volverá a hacer. Y lo malo es que ha regalado argumentos a la derecha. Mientras, los problemas que esta no va a solucionar continúan. Y los veinteañeros de hoy cada vez se sienten más parecidos a los desgraciados que Dennis Lehane sitúa en el Boston pobre de los setenta. Solo si esto se evita, gobernar habrá merecido la pena.

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