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Mutua Madrid Open 2024: Alcaraz se clasifica para los cuartos de final del Open de Madrid tras vencer a Struff | Tenis | Deportes



Masters 1000 Madrid – octavos –

Así se las gastan los fueras de serie. Cuando más aprietan las circunstancias, cuando más empuja Jan-Lennard Struff, cuando ha ido poniéndose más fea la cosa porque cuando no se pone el lazo a la historia suelen venir las angustias y las dudas, Carlos Alcaraz saca esa varita que todo lo cambia y sentencia un duelo de casi tres horas; sobre todo, de máxima tensión. Se resistía a entrar la pelota, pero el murciano, genio él, emboca en el instante preciso, cuando a la mayoría se le agarrotan las piernas y se le nubla la inspiración. El tenis, en el fondo, va mucho de eso: ser especial cuando toca. Un magnífico revés a bote pronto y un globo perfecto definen el tie-break, y guían al defensor del título hacia los cuartos de final, en los que chocará este miércoles con el ruso Andrey Rublev (6-2 y 6-4 a Tallon Griekspoor).

“Ha sido increíble poder jugar este nivel durante tres horas, después de un mes sin competición”, destaca a pie de pista. “Ha sido difícil gestionar todas estas emociones, la tensión no se me ha ido hasta el último punto”, prosigue. “Y eso ha causado los altibajos que he tenido, pero esto es el tenis y hay que lidiar con estas cosas. Parecía que físicamente al final estaba un poco bajo, pero estoy supercontento de haber gestionado bien las emociones y de tener otra oportunidad en la siguiente ronda”, concluye el vencedor, expuesto previamente a una tormentosa tarde de autor. Struff, un tipo con las cosas muy claras.

Su gesto, todo convicción, supone toda una declaración de intenciones. Sabe Alcaraz de las formas y la anarquía del alemán, lo que le convierte en un jugador más bien imprevisible, que puede salir por un lado u otro porque su envergadura es engañosa; de torpón, nada. Pese a la magnitud —1,93 y espaldas anchas, zancada larguísima— se mueve muy bien, y lo mismo la rompe desde la trinchera que se esposa a la red. Esta vez, no hay duda: sale al asalto desde el principio. En forma de ola. Se lanza con todo y se encuentra con un adversario que le esperaba. ‘Ven aquí, que no te temo’, viene a decirle el murciano, quien a las subidas y los constantes retos en la red responde con decisión y grandes dosis de acierto: este es mi territorio, gigantón. ¿Recuerdas la final de hace un año?

Resiste a la embestida —tres bolas de break salvadas al inicio— y poco a poco empieza a destapar el arsenal, uno de los más ricos y variados del circuito. Para muestra, un extraordinario pasante que alcanza los 173 km/h. “¡Venga, vamos!”, la anima desde el costado su técnico, Juan Carlos Ferrero, mientras el gurú del equipo, Antonio Martínez Cascales, resopla aliviado cuando el chico hace una demostración de muñeca quizá innecesaria pero que él, fantasía pura, necesita hacer. Porque solo ellos, los artistas, saben por qué lo hacen así. ‘Tranquilidad, todo controlado’, viene a decirle a los suyos con una media sonrisa. Esa picardía, inmejorable señal porque, al fin y al cabo, si él disfruta el éxito está más cerca. Su elección. Alcaraz percibe y plasma aquello que para la mayoría es ciencia ficción.

Sorteados esos primeros momentos de apuro, el murciano va imponiendo su plan de manera progresiva, reaccionando a partir de la línea sobria que ha ido ofreciendo estos días en Madrid, aderezada siempre con destellos. El antebrazo ya no duele, dice, pero el riesgo está ahí —en la cabeza, sobre todo— y la prioridad es hoy incorporar los automatismos que no pudo adoptar en Montecarlo ni Barcelona, a consecuencia de la lesión. A tenor de lo visto, la recuperación va en la dirección correcta y esos pensamientos traicioneros que circulan de vez en cuando por ahí, lógicos, no le impiden soltar algún que otro derechazo furibundo que desborda al alemán, superado al resto por algunos trallazos que alcanzan los 220 km/h.

En cualquier caso, a Struff le va la velocidad. Sus primeros servicios registran un promedio de 212 km/h y el pico en el saque queda fijado en 229 km/h. No pierde la fe el cañonero y sigue erre que erre, presionando todo el rato, incómodo a más no poder, asomándose a la que puede e intentando desestabilizar a Alcaraz con una propuesta agresiva y revolucionada: todo es eléctrico, todo debe ir rápido; sin pausa ni tregua. Sin medianías: a tumba abierta. Cuanto antes, mejor. Devuelve sobre la línea, a bote pronto; quita ritmo al duelo y trata de imponer ese viene y va que acaba beneficiándole. Por momentos, parece jugar en una cancha de pádel. Después de recuperar la rotura que encaja nada más comenzar el segundo parcial, su marea de golpes y voleas va expandiéndose y obteniendo réditos, y en el desempate cierra con un ace milimétrico.

Alcaraz, pues, está obligado a mover ficha. Su padre le mira y se lleva el dedo a la sien, “cabeza, Carlitos, cabeza”, y el español tira más y más dejadas, a ver si por ahí consigue que el rival pierda el foco y se tuerza. Pero nada, no aún. El de enfrente no suelta la presa, no cede ni a tiros. Se ha repuesto al impacto del primer set, se ha levantado en el segundo y también contragolpea en el tercero, pese a que el español ha llegado a disponer de un 5-2 y cuatro opciones para cerrar. Le cae el warning a Struff al coger aire, pero ni pestañea. Clava otro saque directo a continuación. El partido ha ido derivando hacia el terreno del fango, de lo psicológico y de los matices, pero a la que va complicándose el desenlace —salva una bola de break con 5-5—, el talento del murciano florece y decide. Del enredo a la felicidad.

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