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Pogacar, irreductible, arrasa en la crono y distancia a Thomas en su primer Giro | Ciclismo | Deportes



Pasan cosas en el Giro del modernísimo Tadej Pogacar y se desentierran a la vez historias antiquísimas, como la de Ernesto Colnago (Cambiago, Milán, 92 años), que entró a trabajar con 12 en un taller de soldadura gracias a que su padre, agricultor, le dio dos sacos de harina de maíz al propietario para que le admitiera como aprendiz; un año más tarde falsificó su fecha de nacimiento para empezar a soldar bicicletas en una fábrica de Milán. Tiempo después, le arregló las bielas a Fiorenzo Magni, quejoso de un dolor en las piernas porque estaban mal ajustadas, y que le contrató como mecánico cuando vio que ya no le dolían. En 1957, Ernesto construyó su primer cuadro para Gastón Nencini, que ganó el Giro con esa bicicleta. Luego nació la marca con su apellido y muchas victorias, muchos campeones.

En el Giro de 1995, Colnago se presentó en la salida de la segunda etapa, una crono entre Foligno y Asís, para entregarle a Tony Rominger la máquina que habían diseñado para ese día. Llovía. El suizo ganó, casi a la misma hora en la que su amigo Michael Schumacher vencía en el Gran Premio de España de Fórmula 1. No se quitó la maglia en todo el Giro salvo para meterse en la cama.

En Foligno, donde Ernesto Colnago visitó al Mapei de Rominger, comenzó la primera contrarreloj del Giro 2024. Ya no son como antes. “Es la más larga que he corrido nunca”, decía el estadounidense Magnus Sheffield. “Llevaba meses pensando en ella”. Nada que ver con las que disputaba Rominger hace tres décadas. Pogacar, como el ganador de 1995, también monta una Colnago, mucho más evolucionada que aquella que había servido para batir el récord de la hora. Además, como el suizo, se vistió de rosa el segundo día y no tiene pinta de descabalgarse hasta el final.

Porque hasta Foligno, Geraint Thomas era la alternativa, el ciclista que sabe más por viejo que por diablo, pero la insultante juventud de Tadej Pogacar no se deja amilanar por la experiencia del galés, ni el poderío de su equipo, el Ineos, que parecía tener todo preparado para inocular el antídoto al Giro y minimizar el impacto del líder de la carrera. Sus planes pasaban, al menos, por conseguir la victoria de etapa con el super especialista Filippo Ganna, el hombre destinado a marcar las referencias para el resto de los corredores de su escuadra, que, de hecho, consiguieron tiempos muy interesantes.

Pero no contaban, o sí lo hacían, pero disimulaban muy bien, con el factor Pogacar, un fenómeno sobre la bicicleta, que salió el último, después de tantos dimes y diretes, con un mono integral bicolor, el que propuso en principio la organización e hizo torcer el morro a la UCI.

En el primer tramo, todo parecía acoplarse a la hoja Excel del Ineos. Arrasaba Ganna, Tadej pasaba, por el kilómetro 18, a 44 segundos del campeón de Italia, y Geraint Thomas, a 52, una distancia razonable con el líder. También en el segundo, el líder parecía humano, aunque mientras su diferencia con Thomas aumentaba a 40 segundos, la que mantenía con Ganna solo subió a 47.

Pero fue entonces cuando Pogacar enchufó la máquina de picar carne. Se ponía la carrera cuesta arriba, literalmente, para él y para los demás, y también metafóricamente para Thomas, el aspirante, que con su único plato de 66 dientes sufría cuando el terreno se ponía al 13% de desnivel. El esloveno bajó a un desarrollo más llevadero y comenzó a arrasar con un pedaleo alegre, como su carácter.

En los kilómetros finales, camino de la meta en Perugia, la ciudad en la que Rominger comenzó su recital, remontó las diferencias con Ganna, que observaba incrédulo al campeón desde la silla caliente del vencedor provisional. En el último kilómetro ya estaba claro quién era el mejor. Cuando levantó el brazo en la meta, su diferencia era de 17 segundos sobre Ganna, y de dos minutos frente a Thomas, que acabó décimo en la etapa y es tercero en la general, a 2,46m, donde el colombiano Daniel Felipe Martínez le adelanta en diez segundos. El Giro empieza a tener, ya casi de manera definitiva, el color que le quiere dar Pogacar. En la etapa del sábado, en la ascensión final a Prato di Tivo, de primera categoría, a 1.450 metros de altitud, puede empezar a sentenciar. Nadie espera otra cosa.

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